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China y Rusia cargan contra Estados Unidos por su informe de seguridad nacional


China respondió firmemente tras ser señalada por la administración Trump como un enemigo que busca erosionar la prosperidad de Estados Unidos. Pekín salió en defensa de su modelo de desarrollo y acusó a Washington de «distorsionar los hechos y difamar», una estrategia que ha calificado de «inútil». Pekín, junto a Moscú, fueron catalogados de «poderes revisionistas» en el informe de seguridad nacional de Trump presentado el lunes, un cambio considerable en comparación con la administración Obama y que contradice las buenas palabras que el actual presidente estadounidense repartió, al menos públicamente, durante su reciente visita a China.

«Cualquier país o cualquier informe que distorsione los hechos o maliciosamente calumnie a China lo hará en vano», aseguró la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores del gigante asiático, Hua Chunying, que instó a la administración Trump a abordar las diferencias entre ambos países «de forma constructiva». «Urgimos a Estados Unidos a abandonar el juego de suma cero y una mentalidad propia de la Guerra Fría. No hacerlo solamente causará daño a todos», añadió.

China y su diplomacia han vivido en primera persona los vaivenes de Trump en política exterior. Tras basar su campaña electoral en duras críticas hacia el gigante asiático —al que amenazó con imponer aranceles a sus productos y declararlo manipulador de su moneda—, rebajó sensiblemente el tono cuando llegó a la presidencia porque la colaboración de Pekín es imprescindible para resolver el entuerto norcoreano. Precisamente por esta cuestión tuvo algún que otro exabrupto en Twitter, en el que acusó a China de no estar haciendo lo suficiente para parar el programa de armamento nuclear de Kim Jong-un.

Las diferencias quedaron en un claro segundo plano durante la visita de Trump a China el pasado noviembre.Pekín sacó la alfombra roja y le brindó una «supervisita de Estado». El presidente estadounidense llegó a asegurar que «no culpaba» a China, sino a sus antecesores, del grave desequilibrio comercial entre ambas potencias: «¿Quién puede culpar a un país por ser capaz de aprovecharse de otro en beneficio de sus ciudadanos?», dijo. Trump elogió repetidamente a su homólogo chino, Xi Jinping, y eludió sacar a relucir las cuestiones relacionadas con las violaciones de los derechos humanos en el país asiático.

En el informe, sin embargo, la administración estadounidense considera que China «está expandiendo características de su sistema autoritario» a otras naciones así como su poder «a expensas de la soberanía de otros», en una clara referencia a las disputas por las aguas e islotes del Mar del Sur de China. Hua hizo una defensa férrea de la política exterior de Pekín y lanzó una advertencia velada a Estados Unidos: «China nunca buscará su propio desarrollo a expensas del de otros países, pero tampoco renunciará a sus derechos legítimos. Que nadie sea tan iluso de pensar que China pondrá en peligro sus propios intereses».

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La visión de Trump sobre China en materia de seguridad contrasta con la de su antecesor, Barack Obama, cuya administración definía a Pekín como un «socio estratégico» y usaba un lenguaje que, sin dejar de ser contundente en los temas más espinosos, era más próximo al de la diplomacia china y rehuía la confrontación.


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