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De vuelta a lo básico


Por: Mily Foeng Vergel*

En septiembre pasado, en medio de un mes de trabajo sofocante, busqué un respiro en mi lista de destinos pendientes en Colombia. Quería un lugar lejos de todo para desconectarme un par de días.

Hice un sondeo en las redes sociales y con amigos viajeros; la respuesta fue Nuquí, en el Chocó. Casi todas las agencias que encontré ofrecen paquetes de varios días todo incluido en cómodos y fríos eco-hoteles con precios de siete cifras (COP); yo buscaba una experiencia algo diferente, algo que fuese más enriquecedor.

Finalmente encontré una agencia llamada Awake, que tiene una opción de alojamiento en posada a un precio mucho menor, es decir, en una casa de familia. Se trata de una iniciativa de turismo sostenible con la red de posadas comunitarias, donde las familias se capacitan y ponen su hogar a disposición para el viajero. Me mató la idea, así que sin dudarlo reservé y compré los tiquetes (pueden ir desde Medellín con Satena, ADA, Searca o San German). También se puede ir sin agencia, comprando el pasaje hasta Nuquí y reservando directamente con la posadera. Al llegar a Nuquí, se toma una lancha hasta la comunidad escogida, que en este caso fue Termales, con poco más de 200 habitantes.

El viaje en la lancha fue toda una aventura; las olas hacen ver un regreso de las Islas del Rosario como un juego de piscina. Después de acomodar mis cosas en la posada “El Esfuerzo” y tomar el delicioso almuerzo de bienvenida de “La Nena”, mi cándida posadera, caminé por la playa rumbo al norte por varias horas hasta la puesta del sol. Hay muy poco rastro de actividad humana, solo algunas huellas en la arena y una que otra pequeña casa de madera a orillas del mar, algunas abandonadas; solo vi un par de personas en varias horas, que iban de una playa a otra.

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Me impresionó la exuberancia del verde intenso de la selva que se une con la espuma blanca de un mar sin basura, que ruge fuerte en cada oleada. El camino es largo y el horizonte infinito. No hay señal satelital de nada a una hora de camino desde la comunidad (sí, aquí las distancias se miden más en tiempo que en kilómetros), por lo que es un espacio amplio para reposar los pensamientos, era el sosiego que buscaba. Al día siguiente partí con los pescadores artesanales en busca de ballenas. El cielo estaba un poco nublado y ellas un poco esquivas. Sin embargo, los minutos en que se dejaron ver mamá, papá y ballenato fueron maravillosos…cuánta belleza hay en la naturaleza; y pensar que la estamos destruyendo (somos la especie superior, ¿O no?). First lesson.

El resto del viaje lo pasé con la comunidad, haciendo más caminatas por playas y selva, entre cascadas y riachuelos, mientras me contaban sobre sus vidas y costumbres, junto al canto de numerosas aves y ranas de colores. Esto fue lo mejor de mi viaje. Sí, todos vamos por las ballenas, pero eso no es lo único que hay. Fue una sorpresa ver con mis propios ojos cuán diferente es la realidad en el Pacífico frente a lo que nos venden los medios. La comunidad de Termales es un lugar tranquilo y seguro, donde se vive a puertas abiertas y no pasa nada, donde el vecino llega sin anunciarse previamente, donde aún existe el recado a pie, donde el uno le da al otro sin esperar nada a cambio, donde varios se reúnen a ver el noticiero en la noche, a charlar o jugar una partida de dominó, y donde todavía se escucha el “Buenos días compadre, ¿Cómo amaneció?”. Donde se ven las estrellas claramente y al amanecer se respira aire húmedo de mar recién nacido, fresco y puro.

Es cierto que la violencia ha llegado a niveles absurdos en el Chocó, pero no en esta parte del departamento. Lo que vi en su lugar es abandono del Estado, en muchos aspectos: ausencia de un médico permanente para atender a las comunidades (la Leishmaniasis es como una gripa casual), los niños caminan una hora o más para llegar al colegio (y si llueve, el barro es una limitante a falta de infraestructura), el único medio de transporte disponible es en lancha (muy costoso para sus habitantes), entre tantas otras. Así que básicamente son comunidades que se defienden solas con sus oficios tradicionales. Sin embargo, fue curioso ver que, a pesar de todo, se mantienen serenas y no guardan rencor por el Estado negligente, que solo las recuerda cuando saca pecho por la biodiversidad. Aquí no, aquí solo quieren vivir a su manera y que no los molesten.

Cuando escuchaba las noticias sobre la vida en el Chocó, me preguntaba cómo era posible que alguien no quisiera salir del atraso y tener una mejor calidad de vida. Segunda lección: ¿Cuál calidad de vida? ¿La de estar en un trancón de una hora a diario después de una jornada estresante de trabajo, por un salario que apenas alcanza para pagar las cuentas del mes? Y repetirlo día tras día. Como me dijo mi posadera, “¿Por qué tenemos que cambiar nuestras casas y pintarlas de colores? Si lo hiciéramos, nos pareceríamos a San Andrés y dejaríamos de ser Chocó, dejaríamos de ser lo que somos”. No pude contradecirla. Lo que expresó no es otra cosa que el deseo, como lo es para muchos pueblos, de conservar sus formas de vida tradicionales, consciente de todo lo que conlleva la globalización y el “desarrollo”.

Sí, aquí la vida es simple, con algunos servicios básicos, las casas son modestas y las calles no están pavimentadas, pero todo está limpio y ordenado (por supuesto en su contexto…no falta el que diga que debería estar sin un solo granito de arena). Me pregunté entonces, ¿No es esto lo que todos buscamos al final de una vida de trabajo duro y sacrificio? ¿Cuál es el propósito de dar una vuelta tan larga y difícil para llegar al mismo fin (o tal vez principio)? A ratos sigo pensando en eso, como pienso en los amaneceres con los primeros rayos del sol, respirando la sal de otro mar.

Chocó es eso, una experiencia fascinante, de esos viajes que todos deberíamos hacer al menos una vez en la vida. Si alguien me pregunta dónde está el paraíso en la tierra, les digo que es aquí, donde el mar y la selva son uno.

Sus paisajes te dejan sin aliento, su gente amable te abre las puertas y se quedan en tu corazón. Es un viaje de vuelta a lo básico, a lo esencial y a lo realmente importante….y descubres que hay otras formas de vida válidas, y que no se necesita mucho para ser feliz. Por todo eso y más, es un destino para volver y volver, para desconectarse y conectarse a la vez, con el ser, con la vida.

 

*Millennial que trabaja en el sector privado y escribe sobre sus experiencias.


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